miércoles, 10 de julio de 2013

Girasol


Soy pésimo para escribir cuentos e historias, de modo que intentaré que lo siguiente no suene como tal.
 
Hace ya mucho tiempo, pensaba que lo que yo deseaba era ver un girasol. Esperé, aprendí sobre ellos y el lugar donde crecían y llegado el momento que me pareció adecuado, me dispuse a viajar en busca de ellos. ¿Por qué un girasol? Por qué en donde vivo no los hay. Simplemente por eso. Para saber en mí corazón que los girasoles realmente existen. No por medio de libros, historias y demás.

Al cabo de algunos años, de mucho esfuerzo y de muchas lecciones acompañadas de su porción obligatoria de dolor, llegué a donde suponía quería llegar.
Ante mí se abría un enorme campo de girasoles. Podía elegir el que quisiera para tenerlo sobre mi mesa en un florero. Todo era perfecto y hermoso. O por lo menos así se suponía que debería haber pensado. Pero no fue así.

No pasó demasiado tiempo para que me marchara decepcionado del lugar. Ya no sabía si lo que hacía era buscar o vagar simplemente por instinto. Hasta que pasó. Finalmente y sin suposiciones encontré lo que en realidad llenaba mi corazón.
 Me encontraba en una zona árida, en la que difícilmente un manojo de hierbas crecía, pero ahí estaba, un girasol, uno solo, existiendo en un lugar en el que no debería y siendo hermoso, mirando hacia el sol, girando lentamente sin importar cualquier “no debería” que pudiera ocurrírseme. Y así me quedé a vivir junto al girasol.

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